Por lo visto, una de las más agudas preocupaciones de quienes temen y/o demonizan a los organismos modificados genéticamente (OMG) es la del etiquetado, la pretensión de que los alimentos que contengan componentes OMG lo indiquen en su etiqueta. Se trata de una preocupación un tanto extraña, la verdad, en primer lugar por una cuestión cuantitativa: si hacemos caso de los datos de la reciente encuesta elaborada por Simple Lógica, el 54,9% de los encuestados que declaran haber oído hablar de los transgénicos asegura que intenta evitar su consumo, pero solo el 38,1 % dice que se fija en si los alimentos que compra son transgénicos, discrepancia que no me parece que cuadre mucho. Pero la preocupación es chocante, sobre todo, por una cuestión legal: resulta que esa obligación legal ya existe en España y en toda la Unión Europea (y desde 2003, nada menos), de modo que la incógnita es si esas asociaciones, grupos e individuos que hacen campaña continuamente para imponer esa obligación lo hacen por pura y simple ignorancia o con la intención de meter más miedo a los OMG.
Sea como sea, la preocupación sigue estando ahí, de manera que, inspirado por un comentario a mi entrada anterior, voy a intentar aportar mi granito de arena con una nueva protesta que no solo contempla el etiquetado de los productos transgénicos, sino también, creo yo, una notable mejora en cuanto a la información que la normativa actual exige.
Para ello voy a elegir como ejemplo un alimento especialmente significativo en esto de la lucha antitransgénica: el tomate. Puede que recuerden que, según una encuesta de la Fundación BBVA de 2012, solo el 35,4% de los españoles fue capaz de identificar como falsa la siguiente afirmación:
Los tomates comunes, los que comemos normalmente, no tienen genes, mientras que los tomates resultado de la ingeniería genética sí.
El dato es desmoralizador, lo sé, pero vamos a imitar el espíritu del gran JM Mulet y vamos a intentar tomárnoslo con humor (sí, ya saben por qué bautizó así su blog). Porque, además, decíamos que el tomate es todo un icono en la lucha contra los trangénicos, y prueba de ello es que una imagen de esta sabrosa fruta torturada a base de jeringuillas consiguió ganar un premio de la Unión Europea:
Una imagen sin duda impactante por su expresividad, por su fuerza y por su origin… Bueno, no, por su originalidad no: se parece demasiado a esta, esta, esta, esta, estas de aquí, esta, esta, esta, esta otra… Pero bueno, que es muy chula.
A continuación vamos a etiquetar a nuestro paradigmático tomate. Pero no con una etiqueta cualquiera, claro: el ruido para que se obligue (¿se vuelva a obligar?) a etiquetar los alimentos transgénicos incluye también, expresa o implícitamente, la exigencia de que quede bien claro su carácter demoníaco, y de hecho suele ir acompañado de ilustraciones tan sugerentes como estas:
Pero claro, si se fijan bien, estos simbolitos solo servirían con el maíz, y no es cosa de ponernos a adaptarlos para cada cultivo. En su lugar vamos a ir a lo práctico y utilizaremos el símbolo de «peligro biológico», que ya lo tenemos asumido y por tanto ya da suficiente yuyu (el de «peligro nuclear», lógicamente, lo reservaremos para el wifi y esas cosas). Añadamos el aviso de que el alimento (en este caso el tomate) es transgénico, en letras rojas y bien gordas, y unos apartados para indicar la variedad y las advertencias de seguridad, y ya tenemos la base de nuestro sistema de etiquetado:
Y ahora vamos a la parte práctica. Supongamos que alguna vez se autoriza en España la comercialización de una variedad transgénica (no, lo siento mucho por su propaganda, amigos antitransgénicos, pero en la actualidad no hay ninguna). Para nuestro ejemplo lo llamaremos apropiadamente «Frankenstomate«, y la etiqueta quedaría así:
Como ven, la etiqueta es absolutamente sincera, y aunque eso de que la seguridad del producto haya sido científicamente comprobada pero no aceptada por asociaciones ecologistas pueda molestar a algunos, las cosas son así: este tipo de productos no llegan al mercado sin una previa evaluación de su seguridad, mucho más rigurosa que la de cualquier otro producto alimenticio.
Pero no hemos terminado aquí. Existen otras variedades de tomate cuyo genoma no ha sido modificado mediante transferencia de genes de otras especies o silenciamiento o supresión deliberados de algunos genes propios, sino por otros mecanismos como la mutagénesis (y, por cierto, no se pierdan la excelente entrada de Guillermo Peris sobre Muriel Howorth y los jardines atómicos).
El caso es que, aunque los antitransgénicos no suelan acordarse de ellos, los organismos obtenidos mediante mutagénesis no dejan de ser organismos genéticamente modificados. Así que habrá que ponerles la etiqueta, digo yo. Sería el caso, por ejemplo, del tomate Lanka Cherry:
Que, como ven, es muy parecida a la del Frankenstomate, pero sin la advertencia sobre las asociaciones ecologistas que, como les decía, por regla general ni se acuerdan de este tipo de variedades.
Por cierto, no se me asusten al ver lo de «cherry» en Lanka Cherry: los tomatitos cherry que comemos habitualmente no han sido desarrollados así, sino por hibridación entre variedades cultivadas y silvestres. Aunque, bien pensado, no deja de ser una manera de modificar su genoma, así que también habrá que ponerles la etiquetita, digo yo. Utilizando como ejemplo la variedad Selke Biodynamic (que elijo más que nada por chinchar un poco a los creyentes en la antroposofía, como se pueden imaginar), quedaría así:
Como verán, seguimos siendo totalmente sinceros: aunque sea con métodos más artesanales que los de las otras variedades, la Selke Biodynamic sigue siendo un organismo genéticamente modificado, y como tal habrá que señalarlo. Pero con una importante salvedad: a diferencia de los anteriores, en este caso no se han realizado ensayos científicos para comprobar su seguridad; como ocurre con tantos otros alimentos (el propio Guillermo Peris nos ponía hace algún tiempo el ejemplo de las manzanas), simplemente nos fiamos porque los seres humanos llevamos mucho tiempo comiendo tomates y sabemos que la hibridación introduce modificaciones genéticas muy pequeñas y, por tanto, es poco probable que resulten perjudiciales. Cosa que también suele ocurrir en el caso de los organismos manipulados por transferencia o silenciamiento de genes, por cierto, pero bueno, las cosas están como están.
Y ahora dirán ustedes que bueno, ya solo quedan los tomates naturales de toda la vida, y a esos no hay que ponerles esta etiqueta, así que ya hemos acabado la entrada, ¿no?
Pues no.
Verán, resulta que los tomates «naturales» son como esta cosa:
Que de esa y otras especies igual de birriosas hayamos llegado a los tomates que todos conocemos no es el fruto de una evolución natural, sino de una larga labor de selección y cruzamiento que, a lo largo de muchas generaciones, consiguió… sí, lo han adivinado: consiguió modificarlos genéticamente hasta llegar a las variedades actuales. De hecho, se calcula que hasta un 25% del genoma del tomate habría sufrido estas modificaciones artificiales.
Así que incluso «uno de los productos más exquisitos y naturales del mercado«, como califica un productor ecológico a sus tomates raf (término que, por cierto, son las siglas de «resistente al Fusarium» y que delatan su origen artificial), es en realidad un organismo modificado genéticamente, y como tal aquí tiene su etiqueta:
Etiqueta que, por supuesto, sería aplicable a la totalidad de la producción agrícola y ganadera, y que nadie podría evitar a no ser que se alimentase de setas silvestres o perdices de campo. Ni siquiera, como ven, la producción ecológica, cuyos productos, en vista de lo que cuentan los informes anuales sobre alertas alimentarias de la RASFF, quizá necesiten esos ensayos científicos de seguridad tanto o más que los otros transgénicos.
Pero eso es otra historia, y debe ser contada en otra ocasión.
es vergonzoso como han introducido los transgenicos en la cadena alimentaria sin informarnos a los consumidores ,actualmente noviembre 2016,veo que venden frutas y demas sin el etiquetado que teoricamente afirman que llevan,
¿Cuáles?
Pues no estoy de acuerdo con un etiquetado violento como los mostrados, pero al menos me gustaría saber qué es lo que estoy consumiendo o bien decidir si lo consumo o no, tengo ese derecho. Del mismo modo como me advierten si este producto contiene gluten o fenilalanina u otra sustancia en particular, también podría saber si es transgénico o no.
Pues me alegra mucho, pero si hubieras leído la entrada habrías visto que la obligación de indicar si un alimento contiene o no ingredientes transgénicos existe desde hace casi catorce años. No lo ves a menudo en las etiquetas porque en Europa se venden muy pocos alimentos con ingredientes transgénicos, pero es que los europeos somos así de asustadizos.
Etiquetar la fenilalanina u otra sustancia en particular… XDD
Para qué quieres etiquetas si no sabes cuáles son los aminoácidos esenciales? Si quieres saber qué consumes, vas a tener que empezar por leer un poco de ciencia básica, de la que enseñan en bachillerato.
Listillo, parece que el que lo sabe todo de los aminoácidos no sabe que hay personas que no tienen la enzima necesaria para metabolizarla y sufren intoxicaciones graves.
Se llama fenilcetonuria la enfermedad de la que hablo. Y a ver si para la próxima nos informamos un poco antes de abrir la boquita.
Si yo compro huevos de gallinas que han sido alimentadas con maíz transgénico, no me estoy comiendo un huevo transgénico? Algún experto que nos lo pueda aclarar, por favor?
No. El tracto digestivo de la gallina «desmenuza» por completo el ADN del maíz, igual que el tuyo o el mío hacen con todo lo que comemos. Ni la gallina asimila el ADN del maíz ni, por supuesto, lo pasa a su vez al huevo, que es completamente indistinguible de los que pueda poner una gallina alimentada con maíz no transgénico