La Universidad Francisco de Vitoria acoge el Congreso Nacional de Homeopatía

Por Fernando Frías, el 2 junio, 2014. Categoría(s): homeopatía • Universidad Francisco de Vitoria ✎ 2

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El pasado fin de semana tuvo lugar el VI Congreso Nacional de Homeopatía en un marco tan inapropiado como la Universidad Francisco de Vitoria. Y digo inapropiado porque, aunque la Francisco de Vitoria tenga carácter confesional, se supone que su ideario se dirige a creencias religiosas distintas de la fe en las bolitas mágicas.

Sea como sea, el Congreso no habría pasado de ser un pasito atrás más en esa evolución de la medicina que tan genialmente ilustraba hoy la gran Mónica Lalanda,

Monica Lalanda

 

y habría pasado sin pena ni gloria si no fuera porque uno de los ponentes nos obsequiaba con este momento inmortalizado en un tuit de una de las asistentes:

Twitter   ElenaBejarano67

 

(Aquí tienen la diapositiva en mejor calidad, por cortesía de ¿Qué mal puede

diapositiva

Como verán, el conferenciante intentaba armar su espantapájaros atribuyendo a los escépticos el siguiente razonamiento:

Como no entiendo como puede ser posible, entonces es que no puede ser posible.

A falta de su desarrollo la frasecita no puede pasar a engrosar aquel famoso argumentario homeopático de Alice Sheppard, aunque no faltó quien lo sugirió. Pero no por ello deja de ser una frase con muchísimas aplicaciones prácticas, Por ejemplo para quienes tengan hijos recién llegados a esa dichosa edad en la que empiezan a cuestionarlo todo.

Imaginen la escena: el típico niño que de repente te mira con cara rara y dice

Papá, mamá, ¿cómo es posible que Santa Claus recorra todas las casas de los niños del mundo en una sola noche? No le puede dar tiempo.

Pues nada, ya tienen la solución:

Mira, nene, no pienses que como no entiendes cómo puede ser posible, entonces es que no puede ser posible. A ver si te vas a quedar calvo de tanto pensar, como todos esos escépticos científicos tan malvados.

O la niña que, cuando va a poner bajo la almohada el diente que se le acaba de caer, se para y murmura:

Yo creo que eso del Ratoncito Pérez es un cuento. ¿Cómo va a venir hasta mi casa, coger mi diente y dejarme dinero? No tiene sentido.

Solucionado: la mamá le puede decir algo así como:

No, hija mía, que tú no entiendas algo no quiere decir que no sea real.

Y el papá puede rematar la faena añadiendo:

Además, fíjate: a ti te funciona, ¿no?

Por supuesto, la frase también puede ser útil para que los vendedores de alfombras voladoras, pulseras del equilibrio, cachivaches vitalizadores del agua, amuletos contra el mal de ojo, generadores de energía libre o cosméticos a base de babas y secreciones de animales diversos venzan la natural incredulidad de los clientes.

Todos, excepto los homeópatas. Porque, bien pensado, todos (incluso muchos de sus defensores, para qué vamos a engañarnos) tenemos una idea muy clara de por qué la homeopatía no puede funcionar, y las evidencias científicas de calidad se encargan de confirmar que, en efecto, no funciona. Pero bueno, de ilusión también se vive. Sobre todo de la ilusión ajena, cuando la tiene alguien al otro lado del mostrador y dispuesto a vaciar la cartera a cambio de unos cuantos frasquitos de agua mágica.

Y también, claro, de la ilusión propia: ¿o no han oído nunca a un homeópata decir que como no entienden cómo puede ser que sus pacientes mejoren a causa del efecto placebo, entonces es que no puede ser posible que el único efecto real de la homeopatía es el placebo?



2 Comentarios

  1. Lo más desdichado del caso es que además de un fraude legalizado al público, se le genera a los usuarios una fuerte dependencia psicológica de estos «remedios».
    He conocido a usuarios de esta pseudociencia que no admiten ningún argumento en contra.
    Además, no conozco ningún caso de persona que recurra a estos «remedios», que se dé de alta de los tratamientos que empieza, se convierten para ellos en «hábitos de salud». Vuelven a recurrir una y otra vez a los mismos y son dependientes psicológicos (y menos mal que no lo son físicos).
    Esta dependencia les induce al proselitismo y a la fanatización, con lo que terminan haciéndose eco de los mantras defensores de sus elucubraciones.

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